Tilly Norwood: cuando la IA se convierte en estrella de Hollywood
Hace un tiempo os contamos cómo la inteligencia artificial está revolucionando la industria musical, planteando cuestiones que van mucho más allá de la simple tecnología para tocar fibras sensibles como el copyright, la autenticidad artística y la supervivencia económica de los creativos. Podría parecer que el mundo del cine es un territorio diferente, pero la verdad es que estamos observando el mismo guion repetirse en un escenario distinto. La protagonista tiene un nombre y un rostro: Tilly Norwood, la primera actriz completamente generada por inteligencia artificial en despertar el interés concreto de las agencias de talento de Hollywood.
No estamos hablando de un experimento académico o de una prueba de concepto destinada a quedarse confinada en algún laboratorio universitario. Estamos hablando de una entidad digital que, según informa Deadline, ya está recibiendo propuestas de varias agencias de representación. Todo esto se desveló durante el Zurich Summit a finales de septiembre de 2025, donde la creadora de Tilly, Eline Van der Velden, presentó su nuevo proyecto al mundo del entretenimiento.
La actriz que nunca envejece
Van der Velden no es precisamente una novata en el sector. Actriz, comediante y tecnóloga, fundó Particle6, una productora de IA con sede en Londres, y de esta nació Xicoia, un estudio de talentos de IA que se autodefine como "el primero del mundo en su género". Tilly Norwood es la primera creación de este nuevo estudio, concebida no como un simple personaje digital, sino como una auténtica "actriz" disponible para producciones cinematográficas, series de televisión, podcasts, contenidos para TikTok y YouTube, campañas publicitarias e incluso videojuegos.
La visión de Van der Velden es cristalina y, hay que admitirlo, no oculta sus ambiciones. Como declaró con motivo del lanzamiento de Xicoia: "Creemos que la próxima generación de iconos culturales será sintética: estrellas que nunca se cansan, nunca envejecen y pueden interactuar con los fans". Un manifiesto programático que suena a la promesa de un productor de cine de la edad de oro de Hollywood, si no fuera porque estamos hablando de algo que recuerda más a la replicante Rachel de Blade Runner que a la Marilyn Monroe de la era de los estudios. Con la diferencia de que Rachel, al menos, creía ser humana.
La presentación en el Zurich Summit no fue casual. Durante el panel, Van der Velden estuvo acompañada por Verena Puhm, responsable del nuevo Studio Dream Lab LA de Luma AI, y ambas sugirieron que los estudios de Hollywood están "abrazando silenciosamente" proyectos relacionados con la inteligencia artificial. Ese "silenciosamente" es un adverbio que pesa como una losa, considerando el contexto en el que nos encontramos.
La tempestad después de la calma
La reacción de Hollywood no se hizo esperar, y fue de todo menos silenciosa. Cuando Deadline informó de la noticia del interés de las agencias de talento por Tilly Norwood, varios actores expresaron su desaprobación a través de las redes sociales. Melissa Barrera, que no es precisamente conocida por andarse con rodeos cuando se trata de temas que le tocan de cerca, escribió en sus stories de Instagram: "Espero que todos los actores representados por la agencia que haga esto, la dejen inmediatamente", describiendo la situación como "asquerosa".
Lukas Gage optó por la ironía mordaz, comentando: "¡Fue una pesadilla trabajar con ella! ¡No encontraba su marca y siempre llegaba tarde!". Otros actores siguieron el ejemplo con bromas similares, como Odessa A'zion que escribió: "¡Me tiró el café a la cara!", mientras que Trace Lysette añadió: "Se coló en la fila para el almuerzo un día y ni siquiera pidió perdón". El humor negro como mecanismo de defensa, una estrategia tan antigua como el teatro griego, pero que en este caso apenas oculta la preocupación real.
Kiersey Clemons fue aún más directa, pidiendo que se hicieran públicos los nombres de las agencias interesadas en Tilly, mientras que Nicholas Alexander Chavez simplemente comentó: "No es realmente una actriz". Toni Collette también se pronunció, compartiendo emojis gritando ante la noticia. Ralph Ineson, conocido por su papel como Galactus en el MCU, no se anduvo con rodeos en un comentario decididamente más explícito.
Ante estas reacciones, Van der Velden emitió un comunicado oficial para intentar calmar las aguas: "Para aquellos que han expresado su ira por la creación de mi personaje de IA, Tilly Norwood, ella no es un reemplazo de un ser humano, sino una obra creativa, una pieza de arte. Como muchas formas de arte antes que ella, estimula la conversación, y eso en sí mismo demuestra el poder de la creatividad". Luego añadió que ve la IA "no como un reemplazo de las personas, sino como una nueva herramienta, un nuevo pincel. Así como la animación, los títeres o el CGI han abierto nuevas posibilidades sin quitarle nada a la actuación en vivo, la IA ofrece otra forma de imaginar y construir historias".
La comparación es interesante pero, hay que decirlo, no del todo acertada. La animación nunca ha pretendido sustituir a los actores de carne y hueso en producciones de acción real, los títeres siempre han sido reconocidos como una forma de arte separada, y el CGI, por muy invasivo que sea, se ha utilizado históricamente para crear personajes o elementos imposibles de realizar físicamente, no para sustituir a actores humanos en papeles humanos. Tilly Norwood, en cambio, se presenta explícitamente como una actriz disponible para audicionar en papeles que tradicionalmente irían a seres humanos.
El fantasma de la huelga
Para comprender plenamente por qué la reacción ha sido tan visceral, hay que mirar al pasado reciente. La huelga de SAG-AFTRA de 2023, que duró 118 días, fue la más larga en la historia del sindicato de actores estadounidenses. Uno de los puntos centrales del conflicto se refería precisamente al uso de la inteligencia artificial y las réplicas digitales. Los actores exigían protecciones concretas contra la posibilidad de que los estudios pudieran escanearlos, crear réplicas digitales de sus rasgos y luego utilizarlas indefinidamente sin compensación ni consentimiento adicional.
El acuerdo alcanzado en diciembre de 2023, según los recursos oficiales de SAG-AFTRA, estableció que se requiere el consentimiento para cada uso de una réplica digital, con muy pocas excepciones limitadas. Los actores pueden controlar cuándo y cómo se utiliza su réplica digital, y el consentimiento proporcionado por los productores debe incluir una descripción razonablemente específica del uso previsto. Como analizó The Hollywood Reporter, los personajes de IA reconocibles requerirán consentimiento y una compensación negociada, mientras que los personajes de IA genéricos permanecen en una zona gris.
El problema es que Tilly Norwood no es una réplica digital de una actriz existente. Es una entidad completamente sintética, creada desde cero. Y esto plantea una pregunta fundamental: ¿se le aplican las protecciones conseguidas con tanto esfuerzo durante la huelga? La respuesta corta es: no del todo. El acuerdo de SAG-AFTRA protege a los actores de la creación y el uso no autorizado de sus réplicas digitales, pero no impide la creación de actores completamente artificiales que podrían competir potencialmente por los mismos papeles.
Es como si, después de haber instalado cuidadosamente un robusto candado en la puerta principal, descubriéramos que hay una ventana trasera que nadie había pensado en cerrar. La frustración de los actores es comprensible: estuvieron en huelga durante meses, llegaron a un acuerdo que creían que los protegía, y ahora descubren que la protección solo cubre un escenario específico mientras que existen otros, igualmente amenazantes, que el acuerdo simplemente no contempla.
La economía del actor sintético
Desde un punto de vista puramente económico, el atractivo de una actriz como Tilly Norwood para los productores es evidente. No necesita pausas sindicales, no se enferma, no envejece (a menos que lo exija el guion), no tiene conflictos de agenda y, una vez "contratada", puede ser utilizada en teóricamente infinitas producciones sin las complicaciones logísticas que conlleva trabajar con seres humanos. Como se señaló durante el panel del Zurich Summit, los estudios ya están explorando estas posibilidades, aunque con discreción.
Pero el aspecto más inquietante no se refiere tanto a las estrellas de primer nivel como a los actores de reparto, los extras, los actores de carácter que constituyen el tejido conectivo de la industria. Estos profesionales, que a menudo trabajan papel tras papel sin la seguridad de un contrato a largo plazo, son los más vulnerables a una posible sustitución por entidades sintéticas. Si un estudio puede generar digitalmente una multitud convincente o un camarero que sirve el café al protagonista, ¿por qué debería contratar y pagar a actores de carne y hueso para estos papeles?
La respuesta que daría Van der Velden es probablemente que Tilly y sus futuras "colegas" no están destinadas a sustituir estos papeles, sino a abrir nuevas posibilidades narrativas. Y es cierto que la IA podría teóricamente permitir producciones que de otro modo serían económicamente inviables, o historias que requieren una continuidad visual imposible de lograr con actores humanos que envejecen. Pero hay una diferencia sustancial entre "podría" y "se utilizará para", y la historia de la tecnología en el ámbito laboral no está precisamente plagada de ejemplos en los que las empresas hayan elegido voluntariamente la opción más cara cuando había disponible una alternativa más barata e igualmente eficaz.
El paralelismo con lo que está ocurriendo en la industria musical es esclarecedor. También allí se hablaba inicialmente de "nuevas posibilidades creativas" y "herramientas para los artistas", pero la realidad sobre el terreno ha mostrado una tendencia mucho más prosaica: la IA se utiliza para producir contenidos a costes reducidos, a menudo en detrimento de los músicos humanos. No hay razón para creer que el cine seguirá una trayectoria radicalmente diferente.
Las cuestiones éticas que nadie quiere afrontar
Más allá del impacto económico directo, existen cuestiones éticas más sutiles pero igualmente relevantes. Van der Velden ha declarado su ambición de crear "la próxima Scarlett Johansson", pero ¿qué significa eso exactamente? ¿Significa crear una actriz digital que tenga el atractivo, el talento y la presencia escénica de una de las estrellas más reconocidas de Hollywood? Y si lo consigue, ¿qué diría eso sobre la naturaleza misma de la actuación?
La actuación de un actor no es simplemente una cuestión de apariencia física o de la capacidad de pronunciar las frases de forma creíble. Hay un elemento de vulnerabilidad, de conexión emocional, de presencia física que se deriva de ser humanos que comparten la condición humana con el público. Cuando vemos a un actor llorar en la pantalla, sabemos que está recurriendo a algo auténtico, aunque la situación sea actuada. Con Tilly Norwood, ¿qué estamos viendo exactamente? ¿Un algoritmo que simula emociones basándose en patrones aprendidos de miles de actuaciones humanas?
Luego está la cuestión de la representación. Van der Velden habla de "diversidad programable", lo que plantea preguntas complicadas. Si se puede "programar" a una actriz para que sea de cualquier etnia, género, edad o habilidad física, ¿estamos democratizando la representación o simplemente estamos permitiendo que los estudios hagan un tokenismo digital sin tener que contratar y pagar a actores pertenecientes a grupos infrarrepresentados? Es fácil imaginar un escenario en el que un estudio se jacte de la diversidad de su reparto, cuando en realidad simplemente ha modificado algunos parámetros de un modelo de IA en lugar de hacer el trabajo más difícil e importante de encontrar y apoyar a talentos diversificados reales.
Un paralelismo sorprendentemente pertinente se encuentra en Serial Experiments Lain, el anime de culto de 1998 en el que los límites entre la realidad física y la digital se vuelven progresivamente más difusos hasta volverse irrelevantes. Pero mientras que Lain abordaba estos temas como una especulación filosófica sobre el futuro, ahora nos encontramos teniendo que afrontar las mismas preguntas como cuestiones prácticas e inmediatas. ¿Se volverá irrelevante la diferencia entre la actuación humana y la sintética? ¿Debería serlo?
El vacío normativo
Desde el punto de vista legal, nos encontramos en un territorio en gran parte inexplorado. Como hemos visto, el acuerdo de SAG-AFTRA de 2023 ofrece protecciones significativas para los actores con respecto a las réplicas digitales de su apariencia, pero no aborda específicamente la cuestión de los actores sintéticos creados desde cero. No se trata de un descuido por parte de los negociadores: simplemente, en el momento de las negociaciones, casos como el de Tilly Norwood aún no eran una realidad concreta con la que enfrentarse.
La cuestión se vuelve aún más compleja si se consideran las implicaciones internacionales. Tilly Norwood ha sido creada por una empresa británica, pero podría ser utilizada en producciones estadounidenses, europeas o asiáticas. ¿Qué leyes se aplican? ¿Las del país donde fue "creada"? ¿Las del país donde se utiliza? ¿Y si un estudio decide eludir por completo las regulaciones estadounidenses produciendo en el extranjero con un reparto entièrement sintético?
Algunos podrían objetar que estas son preocupaciones prematuras, que la tecnología aún no está lo suficientemente avanzada como para que estos escenarios sean realistas. Pero sería un error de juicio. La tecnología de generación y manipulación de imágenes de vídeo ha avanzado de forma extraordinaria en los últimos años, y lo que hoy requiere equipos especializados y presupuestos significativos podría volverse accesible y rutinario en pocos años.
¿Hacia una convivencia imposible?
Entonces, ¿dónde nos deja todo esto? Van der Velden insiste en que Tilly Norwood es "arte" y una "herramienta", no un reemplazo. Los actores humanos ven una amenaza existencial para su profesión. Los estudios vislumbran oportunidades económicas. Y el público, por ahora, observa con una mezcla de curiosidad e inquietud.
La verdad probablemente se encuentre, como suele ocurrir, en algún punto intermedio entre estos extremos. Es plausible que veamos una coexistencia, al menos durante un cierto período. Los actores sintéticos podrían encontrar nichos específicos: producciones de bajo presupuesto, contenidos para plataformas digitales, papeles que requieran características físicas imposibles o extremadamente caras de replicar con actores humanos y efectos especiales. Pero es igualmente plausible que, con el tiempo y el progreso tecnológico, el límite de lo que es "posible" para los actores sintéticos se expanda progresivamente, erosionando espacio tras espacio que hoy consideramos dominio exclusivo de los humanos.
La pregunta crucial no es tanto si esta tecnología existirá y se utilizará –ese tren ya ha partido de la estación– sino más bien cómo elegiremos regularla e integrarla en el tejido de la industria del entretenimiento. ¿Tendremos el valor de establecer límites claros sobre dónde y cómo se puede utilizar, protegiendo no solo los derechos económicos de los actores sino también la integridad artística del cine como una forma de arte profundamente humana? ¿O dejaremos que las fuerzas del mercado decidan, con todos los riesgos que ello conlleva?
El caso de Tilly Norwood es, en este sentido, una prueba. No la primera y ciertamente no la última, pero sí una particularmente significativa porque llega en un momento de especial vulnerabilidad para la industria, todavía convaleciente de una huelga que evidenció precisamente estas tensiones. La respuesta que demos –como industria, como sociedad, como público– dirá mucho sobre qué tipo de futuro queremos para el cine y para las personas que lo crean.
Van der Velden tiene razón en una cosa: Tilly Norwood ciertamente está estimulando la conversación. El problema es que no todas las conversaciones llevan a conclusiones reconfortantes, y esta discusión en particular parece destinada a volverse cada vez más urgente y difícil en los próximos años. Quizás ese sea precisamente el punto: no podemos permitirnos abordar estas cuestiones "silenciosamente", como aparentemente están haciendo los estudios. Deben ser debatidas abiertamente, críticamente y con la participación de todas las partes implicadas, incluidos, y quizás sobre todo, aquellos actores de carne y hueso que han construido y siguen construyendo la industria que ahora corre el riesgo de darles la espalda.
Porque al final, cuando pasen los créditos, ¿querremos seguir viendo nombres de personas reales, o nos conformaremos con una lista de modelos de IA y versiones de software?